domingo, 15 de mayo de 2011

POESÍA INFINITA


I-CRÓNICA DE LOS TRES TIEMPOS

El niño que con ojos absortos
contempla el vacío y se reconoce en él.
El niño que se observa entre los cuatro cantos del mundo
y sabe oler la luz,
que mana de los árboles más viejos.
El niño cuyas manos escarban la ceniza
de una luz perpetua
y en su soledad siente arder la flor de la vida,
está aquí, pies descalzos,
anda por este patio,
trasiega de rama a fruta, de ave a luz, de tierra a lluvia,
mientras mi padre mide la belleza del cedro
y entre sus brazos cruje un cuerpo,
una madera parecida a la esperanza
y el vago recuerdo del paraíso.
Entonces, una inmensa ave de luz, desde mi pecho,
quiere abrazar esa extraña unidad
que fija toda gota en una sola agua.
Está aquí la atrevida mirada de este niño
hurgando en el vacío, detrás de las señales
que lo echaron al mundo.
Es mi padre el corazón de donde fluye el campo,
la creciente del río que a nuestros sueños baña.

eres las bella durmiente
o la paloma extendida
al sol de cada mañanita.
Y yo príncipe encantado
en tu castillo
como en el cuento de hadas
de nuestros días felices.

Viejo dolor de mis recuerdos.
Hoy, otra vez, ha vuelto a mi memoria,
cuando Padre y Madre eran, antes del vendabal,
la luz sencilla de un amoroso sortilegio.
Cuando Padre cantaba
aquella palabra luminosa de pino
y el mundo avanzaba bajo su clara certeza
de dulce eternidad domesticada.
Antes de este dolor,
ardían los ojos de una luz amorosa
y todo lo que podíamos ver, oler y sentir,
era pura extensión de un corazón maravillado e inocente,
ante la idea original del paraíso.
Era la primavera de nuestra eternidad
que vuelve hecha polvo, hoy, a mi memoria.
Viejo dolor de mis recuerdos.

Estoy buscando a Gloria, mi hermanita
y la encuentro en los juegos de la infancia,
entre los hierros de la carpintería de mi padre,
entre el inmenso solar donde escarbamos la tierra
para encontrar morrocoyitas de hacer la guerra.
Entre el olor del limonero florecido
y el secreto canto del árbol de guásimo, bajo su sombra,
en donde un hada celebra nuestra crianza.
Entre los coscorrones y palabrotas de tía Carmen
que cruza a buscar sus lirios, esas flores extrañas
que ella cuida como a hostias sagradas.
Es el lugar exacto donde Dios habita
y no ha resuelto expulsar aún a Adán del paraíso.

entre los cuatro puntos cardinales,
eso era la mecedora de la abuela,
meciendo su extraviada presencia
a orillas del viejo fogón de leña,
a orillas de un tiempo extraviado
en algún cuento de hadas...





el asombro de ser
de este patio, de estas aguas,
ser el corazón del agua que te sacia,
la palabra que enternece,
vil palabra negada a mis labios.
Ser el nombre que tú nombras,
el suspiro que me deja a la intemperie
Ser el destino de tus días
hoy, ahora, tu sol y tu lluvia,
todo eso que exorciza mi sombra
y me despoja del alma tu fuego
¿Qué sentido tiene olvidarte?


picotean el mantel recién lavado de la brisa,
tendido entre nuestros ojos
y el canto de los pájaros
que, a esta hora, desgranan
la mazorca biche del día
revuelta con su sangre.
Allá, de aquel lado,
la candileja del paisaje se levanta
en irrepetible gloria de colores
y, sin embargo, en el sortilegio,
el horizonte se abre,
como la fosa secretamente guardada del infinito
que, en sólo un instante,
nos hace polvo la sangre, el asombro, la mirada.



es una inmensa, infinita
negación de la nada,
de absurdas herejías que el mundo apremia
y celebra irrefutables,
de las mil y una noches sin salida
que entretejen caminos movedizos,
para el festín en que el ansioso destino,
se traga los ríos de gentes
enloquecidas, ebrias de vanas esperanzas.
En cambio, me asombra despertar
entre tu corazón encendido,
en la visceral palpitación de tu ser
que guía mis pasos solitarios,
en tu vagina primigenia que teje sueños
de vida y muerte.


a la aguja clavada en el pie
que ya no es de este mundo
y enloquece en el sortilegio,
así tus pechos, racimo de soles,
hacen levitar los cerros,
hechizados como mi alma
y enhebran las claves de mis soles futuros.
mientras tu vientre, madre de mis cachorros,
suelta sus aldabas,
para que el universo se derrame en lluvia
Y retruenas en mí, como esos truenos
que hienden el paisaje,
mientras se quema el arroz en la hornilla
y se desgastan el mantel, el quicio de la mesa y las palabras-
Tormentosamente superior a mí mismo
en la cálida esperanza de ser mandamiento de tu vida,
tu piel, fuego necesario,
me anima a esta búsqueda infinita.

vendrá puntual la muerte,
sin que la nombren,
a ofrecer sus oficios –la malquerida-
vendrá puntual,
aunque se escupa detrás de las puertas
y se sacuda el polvo
de los viejos abalorios de la abuela,
abierto el baúl a los conjuros
que ahuyentan el mal de los años,
abierto a la soledad que lulle las paredes
y al renguear de cuerpos desvencijados.
Dios madure a los hijos para esa edad
en que quizá la muerte trastee en la cocina
y nos asisten sus buenos oficios de sabia hechicera
Y es cosa natural que nos asista...


 aúllan lámparas ahogadas en arenas nocturnas,
se desuellan vivos los cerdos en arrecifes
gastados por el pensamiento.
Se han acometido ya las absurdas empresas
y nos gozamos de la estúpida miseria
que hace mierda la vida de los otros.
Arrellenados felices, ante la inclemente bestia
que acude a nuestro amparo.
El secreto estará quizá en un furioso anhelo
que nos vacíe del mundo.
Hemos crecido tanto que no entendemos
la pequeñez de todo,
la misteriosa inutilidad de todo.
A la distancia de cuántos tabacos
se desagobia el corazón
de tanto bochorno descarado.
Crezco de noche, inerme
como se hincha la barriga del infinito,
abiertos los ojos ante su detestable soledad.
He nacido ahora
Con los ojos abiertos.


Los hombres con respeto miran, fingen callar,
escupen una sombra.
Algo dice mi padre,
algo de un aserrín amarillento que cae por los huesos.
Baja un muerto y llueve,
tercamente los hombres aprietan sus braguetas.
Desvelados, restriegan sus ojos claritos del entierro.
Huelen a sarna las paredes,
huelen a baúl las mujeres que se sacuden del pecho
un sollozo viejo.
Hay que voltear los espejos,
dejar por ahí un poco de agua y sal de cocina.
Atranquen bien todas las puertas.


el mapa de la agreste ruta de nuestras desnudeces ocultas.
Inventamos una pared
                                         una cascada
                                                               una caída.
Alguien recuesta sus cuatro preguntas al sol
y en el camino, éstas, se desuellan.
Nos desborda el coloquio de simples acertijos,
el mapa que abarca la luz que une tu falda con mi vida.
Un día feliz que no tiene revés, ni orillas, un día sin final.
Todo lo demás: la respuesta jamás hallada,
la madre de todas las incógnitas.
Como una infamia imposible y sarcástica,
los desatados extremos de la realidad
penden de la absurda diáspora de la razón,
erigiendo sus castillos de arena
a orillas del inminente desastre.
Acaso alcanzará la vida para deshacer los maléficos negocios.
Nadie nos liberó del laberinto
o perdimos el norte entre el espeso bosque de la soledad.




El rompecabezas que nos desgarra vísceras adentro.
Y allí, el asombroso desciframiento que advierte nuestra desnudez
Como si la vida alcanzara a revelarnos su canto de ave desconocida,
Entre la luz que emerge de las cosas más simples,
Bajo el perpetuo canto de un jadeo que nos revela
La certidumbre, el descubrimiento, el enigma.
Y allí, desamparados y felices, a pesar de todo,
Como quien se despierta entre gemidos de alas
Y se desbordan sus ríos genitales por primera vez,
Acuden las hadas en el sortilegio.
Aún así, se extraviará en su soledad
El destino que vislumbra lo que no conocemos,
El incendio de este día de perpetua claridad
Para la luz nacida del venturoso vientre.